El Encanto by Susana López Rubio

El Encanto by Susana López Rubio

autor:Susana López Rubio
La lengua: spa
Format: epub
editor: Espasa
publicado: 2017-04-04T10:07:20+00:00


30

Gloria

Por mi cumpleaños, César me organizó una gran celebración en el Tropicana. Todos nuestros festejos solían tener lugar en el Calypso, pero ese mes nuestro nightclub estaba en remodelación para instalar una cúpula de cristal y mi esposo decidió que en el Tropicana también la pasaríamos bien. César siempre decía que una fiesta no es sabrosa si no se celebra con la familia y los amigos, pero, como a mí no me quedaban familiares propios —mi vieja y mi abuela eran unas apestadas para él—, invitó a sus amigos mafiosos y a sus estúpidas esposas.

Así fue como, en la noche de mi cumpleaños, me convertí en la reina de un lindo festejo repleto de desconocidos. Aunque daba igual que yo fuera la homenajeada. En todas las celebraciones que tenían lugar en el Tropicana, era el propio nightclub el que terminaba siendo el protagonista de la noche.

El cabaré se hallaba en plena selva, en las afueras de la ciudad. Los diferentes ambientes estaban rodeados de palmeras reales, arces, pinos, guanos y mazorcos y de vegetación de parras, trepadoras y arbustos, aunque, de vez en cuando, la selva se rompía con claros iluminados por bombillitas de colores colgadas de las lianas, como si fueran racimos de estrellas. En cada uno de los claros, una fuente de agua fresca —cada una decorada con un animal diferente: delfines, ranas, focas y demás criaturas acuáticas— refrescaba el calor nocturno de la jungla.

Cerquita de la entrada, el visitante se encontraba con el casino, con sus mesas de ruleta, dados, blackjack y máquinas tragamonedas. El escenario y la pista de baile estaban al aire libre y en el primero solía haber un cantante negro, vestido con un lindo traje verde esmeralda, que alternaba boleros con rumbas mientras un pianista le acompañaba con un piano escondido en los matorrales. El pianista se turnaba con una orquesta, en la que los músicos llevaban camisas cubanas con las mangas abullonadas en todos los colores del arco iris.

Pero lo que le daba su fama mundial al club eran sus bailarinas: hembras semidesnudas en blúmeres, ajustadores y corpiños decorados con lentejuelas o lágrimas de cristal. Con la piel cubierta de purpurina para brillar mejor bajo los focos, se veían lindísimas mientras bailaban con enormes tocados de frutas o de plumas encima de la cabeza. Las bailarinas del Tropicana, junto con las bailarinas del cancán del parisino Moulin Rouge, eran la fantasía de los varones del mundo entero. Unas diosas de carne y hueso, que contoneaban las caderas con tanta sabrosura que sus bailes podrían revivir a un muerto.

Cualquier otra habanera se hubiera sentido afortunada de festejar su cumpleaños allá, pero no era mi caso. No era culpa del lugar, que era una delicia, ni de los invitados, que —aunque no me conocieran de nada— me habían traído regalos y se esforzaban por ser amables. Esa noche yo era una desgraciada porque me faltaba lo más importante: Patricio. Lo extrañaba tanto que hubiera cambiado mi gran fiesta en el Tropicana por una velada debajo de un puente a su lado.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.